El área de sabor 43 es un área de la corteza cerebral donde se hace consciente el sentido del gusto. Hace un año exactamente comencé una recorrida por la ciudad de Buenos Aires buscando sabores y aromas. Quiero transmitir día por día dicha experiencia sensorial.
martes, 19 de junio de 2012
LA FLOR DE BARRACAS
Esta vez recorrimos los bares notables de barracas empezamos a media mañana en La Flor al mediodía almorzamos en los laureles y a la tarde merendamos en la confitería El Progreso
Con respecto a la Flor es realmente un lugar mágico
Un toldo marrón, recién incorporado, confirma la novedad. Marrón con letras blancas, estilizadas, avisa que ahí, en esa esquina de Suárez y Arcamendia a metros del pasaje Lanín, sigue estando en pie La Flor de Barracas, un bar y cafetín que reabrió hace poco renovado pero respetando su arquitectura y estilo original , tan característicos del barrio a principios de 1900, y tan tradicionales para ese lugar. El café, que perteneció a tres españoles durante los últimos 60 años, estuvo en venta en 2009 pero, pese a que se temió su demolición porque el edificio estaba muy caído y se buscaban otros emprendimientos, los nuevos dueños decidieron reciclarlo y recuperar ese espíritu de antiguo barrio que tanto buscan preservar sus vecinos.
Como El Progreso, que todavía sigue intacto en Montes de Oca y California, La Flor mantiene el piso original, mesas y sillas. También están la vieja barra de madera y los estantes con botellas de Licor Mariposa y ginebra Bols, las persianas de colores, el quiosco con vitrina y hasta la letrina en el baño de hombres. Todo reciclado, pero casi intacto, como hace 113 años.
La recuperación sorprendió hasta a los vecinos, que ya lo veían venido abajo. Victoria, la nueva dueña (prefiere no dar su apellido), dice que lo compró a fines del año pasado, cuando Mercedes Soto –viuda de uno de los españoles que lo manejaron durante más de medio siglo– se cansó de mantenerlo sola, y cuando todo el barrio ya pensaba que el cartel de venta –que ofrecía esa esquina a cambio de 300.000 dólares para hacer un hostel o un local de tango para turistas– anticipaba una demolición, y luego, posiblemente, la llegada de una torre.
“Dicen los vecinos que este bar es anterior al Normal 5 que está acá enfrente, y que acaba de cumplir 100 años. El mozo que acompañó siempre a Mercedes me contó mil historias: que antes se llamó Tarzán, y antes, La Puñalada. Los últimos dueños vivieron el esplendor: laburaban con las fábricas, las 24 horas. Pero después se cayó y la gente dejó de venir. Cuando lo compré no quise cerrarlo y dejar a sus parroquianos sin su cafetín, y hasta Mercedes me agradeció que siguiera adelante; pero es una gran responsabilidad, también”, comenta Victoria, que llegó a Barracas sin experiencia en el rubro gastronómico, pero confiando en el potencial de la zona.
Hoy la apoyan sus cuatro hijos, que se reparten las obligaciones del bar, y el personal que trabajaba en su casa: Ofelia, su cocinera, es hoy la chef de La Flor. Y la moza es una chica que también daba una mano en su casa.
A pesar del valor patrimonial del café, la recuperación se hizo en secreto. Sin apoyo oficial. Pero la ONG Proteger Barracas la descubrió y le dio difusión. Hoy, su reapertura coincide con tres proyectos de ley que buscan proteger ésa y otras áreas del barrio que están en riesgo por las demoliciones. Y, además, se ajusta a estos nuevos tiempos: desde que abrió, La Flor también tiene sucursal en Facebook, con casi 700 amigos.
Victoria se entusiasma con la idea de que no se pierda nada: “Que a la mañana vengan a desayunar los obreros de la fábrica de enfrente, que después lleguen los que toman su vinito, y que al mediodía almuercen los ejecutivos y pasen los estudiantes. Es un lugar valioso y hay que cuidarlo.
Quien necesitaba una ilustración de “esquina mistonga” –concepto importante pero no tan entendible del tango– no tenía más que irse hasta allá. Avenida Suárez a metros del paredón del neuropsiquiátrico, fábricas enfrente, casas bajas. La esquina mistonga era un gran bar con vivienda arriba que una vez fue conocido como La Puñalada y más tarde como El Tarzán –según los vecinos, porque era la selva– y en los cuarenta se adecentó un poco con un nombre lindo, tradicional, porteñísimo: La Flor de Barracas.
La Flor es un edificio de pura cepa argentina, de estructura metálica y enladrillado, bovedilla curva y baldosas calcáreas, con la única rareza de una estructura reforzada en el salón principal. Ahí se ve, en el cielorraso, una larga viga en doble T cruzada a su vez por otras más cortas y gordas que siguen la barra, como si en el primer piso criaran elefantes.
A este bar se le puede entrar por varias puertas, pero las almas correctas lo hacen por la ochava. Lo que se ve es panóptico, con el salón mayor a la derecha, pavimentado por uno de esos calcáreos de perspectiva simulada, como si uno fuera a pisar en cubitos. Al fondo está la barra, en realidad es una fea heladera muy bien recubierta en maderas, que frentea a un hermoso y amplio exhibidor cribado de botellas reflejadas en el espejo. Es una linda pieza racionalista, de líneas curvas y maderas navales.
A la izquierda de la ochava se abre lo que supo ser el billar y, más acá en el tiempo, fue locutorio. Cerrados por años, estos ambientes son ahora un lugar de mesas informales, forradas con historietas, y un living con puffs coloridos. Todos los ambientes mantienen una mezcla muy precisa de novedades y arqueología: las puertas internas son originales, con sus maderas y banderolas, y las grandes ventanas en tijera hasta tienen pintadas la publicidad de Seven Up de hace medio siglo. Los muebles son una mezcla de lo encontrado y de lo comprado parecido, la gran cortina de tablitas es viejísima y fue lavada y reconstruida con cuidado, y las botellas con líquidos de colores –iluminadas por atrás– abundan en Bidús y Crush encontradas en los sótanos.
Al entrar un par de pasos, se encuentra que hay un patio muy grande, tanto que se entiende que el edificio es en realidad en pantalla. Ahí se puede fumar entre plantas y a la vera de una heladera monumental, de madera y pensada casi como un buque. Todos los muros tienen sus texturas de siempre y fueron pintados de marrón oscuro hasta un par de metros, incluyendo en algunas paredes un waist de maderas finitas tan bien hecho que parece de época.
Arriba, las habitaciones del PH están renaciendo como una suerte de pensión bohemia y muy agradable, con luz y colores subidos. Esto del lado hotelero viene también del segundo gran tema de rescatar a La Flor, cómo hacerla viable. Como Oyhanarte bien sabe –o aprendió enseguida–, un lugar así tiene dos destinos: bar bohemio y caro, o café de barrio barato y ruin. Lo que su nueva dueña busca es ver si existe la manera de que los vecinos sigan yendo a comer su milanesa sin asustarse por los precios y también lleguen clientes nuevos, atraídos por el lugar y la comida.
La Flor de Barracas queda en Suárez 2095 y abre todos los días pero sólo los viernes, sábados y domingos para la cena.
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